sábado, 8 de abril de 2017

Mariposas revoloteaban en el jardín


Tengo mucho tiempo sin publicar, pero no tanto sin escribir.  He decidido compartir, con quien desee leerlo, este cuento. Lo escribí el año pasado mientras iba en el camino a Nagua, donde, estuve impartiendo una docencia.  Aun cuando es una carretera peligrosa y con mucha controversia, nada le quita su belleza ....   a pesar de todo.  

Este cuento no tiene que ver nada con Nagua, solo que fue escrito allí.  Tampoco tiene nada que ver con algún evento real; todo ha sido inventado.  Ojalá y les guste y lo comenten.


Mariposas revoloteaban en el jardín 

Esa mañana, el sol brillaba sin picar, el rocío se esparcía en el jardín, una brisa fresca entraba por las ventanas.  Todas las monjas usaban su velo mientras preparaban el desayuno.

La casa de ellas quedaba sobre el colegio. Vivían siete mujeres pero, en  esos días recibieron de España a  la superiora de la congregación junto a  sus dos asistentes.  Esta visita fue toda una sorpresa pues el periodo de Sor Diana, como directora de los colegios, aun no terminaba y las superioras españolas solo visitan para el cambio de mando. 

Sor Diana, era, en Macorís,  la Madre superiora, Directora de los Centros Educativos y encargada de la congregación.  Llegó al pueblo a principios del año ochentisiete  con una misión: dirigir la Escuela Madre Teresa ubicada en el sector “ Pequeña Cueva” una barriada pobre donde las monjas custodiaban una escuela pública de educación primaria.  Además debía administrar el  Colegio San Antonio, lugar donde estudiaban los ricos de la sociedad.


La Escuela Madre Teresa llegaba hasta sexto de primaria.  Era un espacio menudo, pintado de azul, lleno de calor humano, en medio de una calle sin asfalto.  Niños, como abejas en panal, un patio cuadrado cercado de malla ciclónica, pizarras de madera pintada de verde,  maestros . 

Por otro lado, el Colegio San Antonio era grande y hermoso: mariposas espontaneas sobre las flores, pinos y un inmenso framboyán.  Una imagen de Cristo en el centro,  alrededor de la cual se encontraban todos los jardines y frente a ellos las aulas espaciosas, ventiladas.  Laboratorios de física, de química, de biológica, una pequeña pero bien documentada biblioteca, un patio para los niños de pre escolar, con toboganes, sube y bajas… Un huerto hecho por los mismos estudiantes sembrado de hortalizas y algunos árboles frutales. Un salón con computadoras y varias canchas deportivas.

Las primeras semanas de Sor Diana en su nuevo puesto, incluyó la inspección de los dos centros educativos, conversar con los docentes, conocer los alumnos:  en el caso de la escuela Madre Teresa eran niños de menores de trece años.  Usaban  falda o pantalón kaki, camisa azul.  La mayoría obtenían allí su primera y única formación, en vista de que al terminar pasaban a ayudar a sus familias en la casa, trabajaban en talleres de mecánica, se dedicaban a cuidar sus hermanos pequeños. 

Aquella realidad contrastaba con lo sucedido en el Colegio San Antonio.  Los alumnos,  iniciaban en preescolar, terminaban en cuarto de bachillerato. Al acabar el colegio un grupo  ingresaba a una universidad y  otros se dedicaban a los negocios familiares o formación técnica.

No siempre todo es fresco en la casa de las monjas del colegio; un ejemplo fue el día en que Sor Diana revisaba los resultados de la inspección a los dos centro educativos, en la época en que recién llegaba a San Pedro. Ese día,  luego de una intensa temporada de lluvias, la casa sin cortinas parecía un volcán y los mosquitos bailaban en enjambres por las piernas de Diana, que sentada en el comedor leía varios documentos. A pesar de ello, Diana   le solicitó a Sor Lourdes un café.   Sor Lourdes era alegre y pequeña y su única función como religiosa era cocinar.  Al verla servir el café con prontitud, la cuestionó:

-       Lourdes, ¿tu eres feliz?
-       Que pregunta Madre… yo vivo.  Nunca me he preguntado si soy o no feliz.  Nunca he tenido la oportunidad de preguntarme nada de eso

Sobre la mesa Diana tenía un folio en blanco.  Tomó un lapicero e inició a garabatear palabras, dibujos y flores… luego escribió: oportunidad.

Aquellas tarde, aquel café,  los mosquitos y el  calor,  no impidió que Diana tomara una decisión:  haría un plan de becas para beneficio de todos los niños que terminaran el sexto de primera en la Escuela Madre Teresa. Para recibir estos niños abriría nuevas secciones a partir de sexto, conjuntamente con una tanda vespertina y así mantener la matricula actual y recibir los nuevo alumnos.

Además, Sor Diana pensó que como no podía asegurar que todos estos jóvenes, al terminar, ingresaran a la Universidad, crearía unos talleres donde aprenderían oficios técnicos conjuntamente con la formación escolar regular. 

Conocía personas dispuestas a ayudarlas con el impacto económico del proyecto.  Se sintió entusiasmada y durante los próximo meses ideó la manera para conseguir su objetivo.  Una noche le contó a Sor Lourdes con detalles su plan:

-       Madre, no subestime el aporte económico que el colegio representa para la congregación actualmente. -  le dijo la cocinera
-       No lo estoy menospreciando, los actuales estudiantes, permanecerán en el colegio, seguirán pagando su cuota
-       Y de verdad  ¿usted cree que ellos no migraran a otros colegios? De verdad ¿usted cree que se querrán juntar con esos otros niños?
-       Bueno, si ellos no quieren, que se vayan…. 

Todo esto había ocurrido en el año  mil novecientos ochenta y siete… once años después, el programa había sido ejecutado.  Como palabras proféticas de la monja cocinera, el colegio dejó de producir  elevadas ganancias económicas.  Los alumnos nuevos fueron recibidos con entusiasmo por Diana y las demás monjas mientras se despedían los antiguos alumnos.

Así el Colegio dejo de enviar contribuciones a la Superioras Españolas, la estructura física empezó a envejecer … pero todo esto contrastaba con el ambiente de armonía y felicidad que brindaban los estudiantes:  niños felices continuaban jugando en el patio y las canchas de colegio San Antonio; jóvenes solidarios se formaban en sus aulas. 

La visita de la Superiora Española parecía un presagio ininteligible para las monjas que por primera vez se encontraban inmersas en vivir su vocación de humildad y sencillez a flor de piel .

-       Diana, necesitamos hablar – dijo la superiora al terminar todas las monjas de desayunar.

Sor Diana se  incorporó e invitó a su superiora a la oficina.   Allí esta le dijo:

-       Hace diez años te entregamos un colegio en condiciones impecables que representaba ingresos mensuales con los cuales subsidiábamos el asilo de ancianos que tenemos en El Soco, el de Baní y hasta la propia Escuela Madre Teresa.   Hoy  tenemos una institución inconsistente económicamente, la cual sobrevive gracias a las donaciones que a término personales, y no por la institución, consigues. 

-        Madre, las donaciones no son a títulos personal son para la obra, y continuaran aun después que mi periodo termine.  Y si, recibí un colegio lindo, en buenas condiciones y dejó uno mejor:  un espacio donde los jóvenes tienen la oportunidad de pensar, de ser solidarios, de crecer.  Jóvenes agradecidos de la oportunidad que se les dio y que contribuirán con el futuro.  Jóvenes solidarios.  Capacitados, amables, dejo un mejor colegio.

-       Dejas, Diana, el fruto de tu ego…. Tu ego que no ha sido capaz de pensar en toda la ayuda que ofrecía el colegio a los ancianos y a otro niños;  te importó más complacerte …. Y es tan así que no eres capaz de explicar tus fracasos como directora … ¿Sabes por qué?:  porque estas más ocupada consiguiendo donaciones que mirando tus alumnos; porque tienes aulas con cincuenta estudiantes para poder cubrir las necesidades del plantel sin importar que pedagógicamente eso es inconcebible …  La decisión es irrevocable:  eres removida del colegio y destituida de tu posición de directora. Practicaras tu humildad enseñando a bordar en otro colegio.  


Sor Diana escuchó todo con obediencia.. al final ese también era uno de sus votos.  Miró por la ventana situada a un costado de la oficina y vio que afuera el sol brillaba, mariposas  revoloteaban en  el jardín rociado,  brisa fresca corría por las ventanas.  Las monjas usaban su velo.  

Nagua
20-8-2016


2 comentarios:

  1. Me agradó mucho tu cuento. Veo que compartimos el gusto por escribir historias idealistas fuera de lo jurídico. Me alegra que tengamos eso en común.

    Está inspiradora la historia, aunque me entristecí al final.

    Sigue escribiendo. No puedo esperar a leer tu próxima producción literaria. Felicidades!

    Con cariño,

    Oriana

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    1. Gracias por el comentario Oriana. Espero leer algo
      Tuyo muy pronto!

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