Hace unos años
conocí un hombre bastante admirable por lo profundo de su conversación. Me
impresionó tanto que me atrevía a
contarle que me gustaba escribir. Le día
a leer uno de mis cuentos y me dijo que me faltaba mucho por leer… si, así de
simple, me dijo que necesitaba leer para poder escribir mejor y que su mayor
recomendación era que leyera poesía…
¡Wacala!…¡ a mi
no me gustaba la poesía! Luego de que me
obligaron a leer “Fuenteovejuna” de Lope de Vega y cuando tuve que aprenderme
un poema larguísimo de Salome Ureña, eso de la poesía se parecía tanto a las matemáticas
que realmente no me interesaba.
Pero Dios se
encarga de callarme la boca, de mostrarme lo equivocada que estaba y muchos
años después del consejo de leer poesía vi una película: La Sociedad de los
Poetas Muertos. La vi preocupada en un tema que de verdad me gusta: la docencia
e inspirar a mis alumnos. Cierto, el maestro de esa película, uno de mis
actores favoritos, Robín Williams, tiene pasión y definitivamente la pasión se
tiene o no se tiene. Pero lo atrayente de
esa película fue que realmente tomé una clase de literatura con ella y supe quien era el tio Wall (Whitman). Empecé a
buscar sus poemas en Internet y me enrede en ese mundo de poemas y más poemas
que cuando llegó la hora de elegir con mis amigos de lectura una autobiografía,
no dude en escoger un poeta de mi lengua:
Neruda.
Y con este libro,
prosa escrita con un poeta, sellé mi pacto con la poesía y aun cuando no puedo
escribir poemas, si le he escrito una cuantas letras a mi Capitán, al mío, mi Capitán
de Tierra firme.