domingo, 17 de junio de 2012

El vestido de organza

 ¡Mucho sin escribir por aquí! Pero, me encontré con este cuento. Otra vez basado en una alteración de un recuerdo familiar. Ojala lo lean y me digan que les parece.

 La habitación donde su madre cosía estaba inmediatamente después del comedor. Allí, con sólo abrir la puerta, aparecía un maniquí presumiendo el vestido de organza rosado que durante varios días había trabajado su madre. El trajecito era de lo más típico: el cuello redondo, la blusa sin mangas unida a una falda de varios vuelos. En la cintura, un lazo de cinta fucsia. Al lado del maniquí reposaba el canasto con los hilos, agujas y tijeras de su madre. Dana tomó una tijera y tocó el vestido. Sus deditos frotaban la tela, mientras pensaba en el trabajo que le costó ganársela; en aquellos tiempos no era fácil tener “cosas” cuando se vivía en un campo de una pequeña isla como Santo Domingo y mucho menos teniendo dos hermanas mayores: - Mira Danita, no tengo dinero – le dijo su Tío José – y en esto del campo nunca me ha ido muy bien, pero, si tu me ayudas a cuidar las cien matitas de naranja que sembré y si logró vender las “chinas” a los de la fabrica de jugo ¡te compraré dos yardas de organza rosada, para que tengas un vestido de bailarina! La posibilidad de tener un atuendo propio que rompería su vocación de única heredera de las vestimentas de Margarita y Miledys, le iluminó la ilusión. Y por esto tenía el vestido dibujado en su cabeza: en sus sueños se veía saliendo de su casa, sentada a la hembra en una mula, con el viento jugando con los vuelos de su traje y los rizos de su pelo. Fueron arduos esos meses con el Tío José. Al salir de la escuela tenía que irse corriendo a su finca, y sólo ellos dos, pues nadie más quiso ayudar, iniciar el proceso de limpiar las hojas de todas las matas con agua de jabón de cuaba; abonar las raíces de las plantas con heces de burro y vigilar que los ratones no las picotearan. Varios meses en esos afanes para luego recogerlas, lidiando con las espinas, los mosquitos y las avispas que de forma natural decoraban cada una de las ramas; percatarse de no cortar las naranjas verdes; encaramarse en los cogollitos a buscar las altas, y luego empacar la recolección en un saco, subir ese saco al burro y llevarlo hasta la casa del tío José……. De esa manera Dana obtuvo su tela rosada, y ahora, convertida en vestido, la miraba y le daba vueltas y vueltas, en tono reflexivo y evocando cada una de las palabras que había escuchado a la hora de la comida, en el momento en que se decidía quien acompañaría a su padre al almuerzo familiar en casa del alcalde pedáneo: - Pascual, yo no iré, y sólo llevaras a una de las niñas – le dijo su madre a su padre estando los cinco sentados en la mesa - no puedo preparar vestidos para todas. Dana no pudo ocultar lo que sus líneas de expresión delataban: la única que tenía vestido nuevo era ella. Hoy mismo su madre, con mucho escándalo, le había dicho que lo había terminado. Evidentemente, ella sería la elegida. - No tenemos dinero para andar de fiestas- repuso la madre - iras con Miledys – culminó la madre - ¿Miledys? – dijo Dana con asombro - ¿Pero ella no tiene vestido? - Se pondrá el de organza rosada que acabo de terminar – dijo mirándola de forma inquisidora en respuesta al asombro de la niña – Aquí nadie tiene nada hijita. Dana trató de cerrar la boca, pero no pudo. Intentó seguir comiendo, pero tampoco pudo. Pretendió no mirar cuando Miledys empezó a mofarse de ella, pero tampoco pudo. Solo atinó a pedir permiso, pararse de la mesa e irse al cuarto donde su madre cosía. En este momento Dana se detiene en la parte delantera del maniquí y con mucha delicadeza la tijera que sostiene en su mano derecha comienza a recorrer cada uno de los vuelos del vestido de organza rosada.